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                                                                    La potencia de lo abstracto

Mi pintura es una experiencia integral que involucra emoción y placer, invención y hallazgo. El gesto, el color y la materia son los principales protagonistas de un quehacer que es, a la vez, estético y heurístico, pero también un fenómeno que actúa como medio para la indagación de lo numinoso, es decir, en su sentido no filosófico ni teológico sino sociológico, relacionado con el poder mágico del objeto.

Tal poder reside en su capacidad para develar, así sea de manera inexplícita, a modo de insinuaciones, una serie de respuestas a preguntas imprecisas, a veces ni siquiera formuladas, en torno al encuentro de uno mismo, de lo inmanente.

En efecto, la obra sostiene afinidades con el neoexpresionismo alemán, la pintura de posguerra y en particular el informalismo. Puede identificarse claramente con la abstracción lírica y la pintura matérica.

Al no representar la realidad sensible, al ser independiente de la figuración, la abstracción equivale a una suerte de desnudez que permite la recepción e intervención de ideas y de prácticas reflexivas en torno a técnicas y conceptos, en un proceso que identifico con el acto de pensar en la espiritualidad.

A su vez, la abstracción reta la literalidad y constituye el ámbito propicio para la formulación de toda clase de preguntas como, por ejemplo, ¿qué forma tiene el alma y de qué color es? ¿Cuál es su proporción y su volumen? Ciertamente, la idea es superar la racionalidad, prácticamente a fin de expandir nuestras percepciones y conceptos. Por esa razón es que también hay una proximidad con Mark Rothko, el artista que, según Dominique de Menil, logró “pintar la misteriosa tragedia del silencio de Dios”.

Abstraer es separar, pero aquí dicha separación aplica paradójicamente a efecto de unir, de producir un vínculo entre el autor y el espectador, entre el adentro y el afuera. Busca unir al autor con el cosmos y consigo mismo, esto es, con los claroscuros de su ser y estar en el mundo. De tal modo, mi pintura es texto y pretexto.

Trabajo en el suelo, lo que me permite rodear la obra y explorar desde distintos ángulos sus propiedades. Empleo herramientas como llanas, escobas, espátulas, martillos, brochas, cepillos, algunas máquinas y materiales como chapopote, pasta, pegamento, resina, óleo y laca automotiva. Utilizo iluminación artificial, lo que me permite crear ambientes, atmosferas, energías y ficciones. La intención de todo ello es potenciar el quehacer y el resultado.

No es narrativa ni descriptiva mi obra, sino argumentativa, si bien los argumentos son evocativos más que manifiestos. Por ello es que la obra no reclama del espectador excesivos conocimientos previos y solamente una sensibilidad emparentada con el mismo universo en el que participa quien la hace.

                                                     

                                                                                                                                                        Daniel Teodoro

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